De manera abierta y cínica el alcalde de Tiwanaku Marcelino Copaña, no sólo acepta sino encubre el tráfico de bienes arqueológicos en su municipio, que en los últimos años ha proliferado en Tiwanaku y en varios sitios arqueológicos de Bolivia. Lo penoso es que las autoridades nacionales conocen mucho sobre este tema y no hacen nada al respecto, lo cual de alguna manera, los convierte también en cómplices. El Ministerio de Transparencia, el Ministerio público y las máximas autoridades del gobierno del sector tampoco hacen nada, pues probablemente el incumplir con deberes ya no sea un delito, sino un atributo común que comparten todas las instancias estatales por igual. A continuación transcribimos en su totalidad el reportaje publicado el 5 de noviembre del 2012 por el matutino La Razón:
Reliquias a la venta en Tiwanaku
Ahorita esto puede ser 150... 150 dólares”. Así ofrece Zacarías Limachi una supuesta vasija precolombina de aproximadamente 30 centímetros de tamaño. Está sentado en el patio de su casa, a dos cuadras de las milenarias ruinas de Tiwanaku, en la provincia Ingavi de La Paz.
El habitante de la comunidad cercana de Huacullani es un conocedor de cerámicas prehispánicas, porque además es uno de los vigilantes del Museo de Tiwanaku, el más importante centro arqueológico de Bolivia. “¿Y estas chiquitas cuánto cuestan?”, pregunta el comprador y el hombre, que además porta el uniforme del repositorio, responde con tono de cautela. “Eso es 100 y el otro 50 (dólares)”.
El primer objeto tiene figuras zoomorfas y los otros dos son una vasija de unos 25 centímetros, sin dibujos, y una especie de plato pequeño. A mediados de septiembre, Limachi había ofrecido las tres reliquias a Bs 350, cada una. No obstante, ahora sus precios se han disparado hacia arriba. “¡Ya sabes pues jefe! No hay para comprar. No hay en venta ahorita, prohibido además es…”, se defiende el campesino al notar el interés del forastero.
Auténticas. La comercialización de estas piezas se encuentra prohibida por ley. El artículo 99 de la Constitución Política dicta que el patrimonio cultural del pueblo boliviano —las riquezas natural, arqueológica, paleontológica, histórica, documental, y la procedente del culto religioso y del folklore— es inalienable, inembargable e imprescriptible, y el Estado garantizará su registro, protección, restauración, recuperación, revitalización, enriquecimiento, promoción y difusión,
De acuerdo con Limachi, el trío de fragmentos que ofrece lo extrajo de su propiedad en Huacullani, a dos horas y media de Tiwanaku, población donde antiguamente se realizaron excavaciones arqueológicas. Sin embargo, el funcionario municipal se considera un tipo con poca suerte porque otros huacullaneños obtuvieron mejores piezas. “Han buscado en mi lugar y uno (de ellos) genial siempre ha sacado otra vasija, más que éstas”.
Él no es el único huaquero o excavador de la zona, personajes que escarban el suelo en busca de piezas fabricadas por los antepasados, para venderlas a turistas o coleccionistas. Son la punta de la cadena del mercado negro del rubro. Incluso hay lugareños que arman “museos privados” en sus domicilios con los objetos que rescatan; el costo para observarlos y visitarlos es de hasta Bs 10. E igual hay estafadores que ofrecen falsificaciones.
Los arqueólogos Jedú Sagárnaga y José Estévez coinciden en que la región es una veta de reliquias, ya que las excavaciones realizadas por los expertos sólo alcanzan a entre 5% y 8% del territorio donde se erigió la cultura tiwanakota, hace más de 3.500 años y hasta su enigmática desaparición en el siglo XII de nuestra era, de la cual hoy quedan vestigios a 70 kilómetros de la ciudad de La Paz, a 10 kilómetros de las orillas del lago Titicaca, a aproximadamente 3.485 metros sobre el nivel del mar.
El comprador que contactó a Limachi remitió a Informe La Razón fotos y un video (disponibles en www.la-razon.com) en los que se ve y oye al empleado edil mientras regatea por sus tres reliquias que, según el arqueólogo Sagárnaga, son originales con 90% de seguridad, o sea, fueron usadas por los tiwanakotas. “Dos de ellas son botellones que servían para llevar chicha y el platito se llama lebrillo; no es una tapa, sino un receptáculo, posiblemente de alimentos”, describe el especialista que, además, es miembro de la Sociedad de Arqueología de La Paz.
Tráfico. Este fenómeno se replica en otros lugares arqueológicos del país, de acuerdo con los expertos entrevistados. Por ejemplo, en las ruinas de Samaipata del departamento de Santa Cruz, donde existen huellas de las antiguas culturas mojocoya e inca. Allí se encuentra el denominado Cerro de los Cántaros, donde campesinos rescatan piezas milenarias —sobre todo cántaros de cerámica— para comercializarlas a visitantes (leer el apoyo de la página 6).
La inexistencia de una Ley de Patrimonio para que preserve y cuide estos objetos históricos retorna al tapete de la discusión y el Ministerio de Culturas alista un proyecto. Más todavía, ante la denuncia del comprador al que Limachi ofertó sus tres reliquias, Informe La Razón viajó a Tiwanaku y comunidades aledañas como Lukurmata y Huacullani, en las que confirmó que hay habitantes que no solamente ofrecen supuestas vasijas que datan de la época de la Ciudad del Sol, sino también armas presentadas como precolombinas.
Cerca del museo tiwanakota, en las tiendas que comercializan artesanías y otros souvenirs, igualmente se pueden encontrar puntas de flecha que fueron elaboradas antes de la llegada de los españoles. Al principio, las vendedoras eluden la conversación, niegan la existencia de piezas de este tipo. Pero cuando toman confianza, muestran lo que tienen oculto. Una de ellas exhibe dos proyectiles antiquísimos, uno blanco y otro oscuro. La cotización alcanza a Bs 50.
Con las imágenes en mano, el arqueólogo Sagárnaga —que trabaja en el Instituto de Investigaciones Antropológicas y Arqueológicas de la Universidad Mayor de San Andrés— presenta el siguiente diagnóstico sobre este hallazgo: “Una es de cuarzo lechoso y otra oxidiana negra. La mayor debe tener dos centímetros y un poco más de longitud y la otra, debe exceder el centímetro. Por su tamaño, morfología y materia prima corresponderían a piezas originales prehispánicas, que se usaban sobre todo en la caza”.
Más aún, el especialista se anima a asegurar que la procedencia es tiwanakota. “Estamos hablando de una antigüedad de al menos 1.000 años. Sin embargo, para constatar fehacientemente su originalidad como objetos precolombinos deberían someterse al análisis de laboratorio, lo que no hemos hecho ahora, pero me atrevería a decir que sí son originales”.
Tras dejar a la comerciante junto a sus dos puntas de flecha, un muchacho que trabaja transportando turistas en su bicicleta se acerca al periodista y oferta un pedazo de topo de cobre por $us 50. Es que el mercado negro de estas reliquias es un negocio floreciente en el municipio. “Sea un monolito de dos metros o una punta de proyectil de un centímetro, en ambos casos estamos hablando de objetos patrimoniales que no pueden estar en posesión privada y menos ser vendidas.
Es un delito y está penado por ley”, resalta Sagárnaga.
El panorama no cambia en la localidad de Lukurmata, a dos horas de viaje en coche, donde igualmente existen ruinas arqueológicas y lugareños que venden, a escondidas, fragmentos hallados en sus chacras, pequeñas tierras destinadas al cultivo. Tras preguntar a un campesino por artesanías tiwanakotas, éste duda y pide que lo esperen un momento. Ingresa a su domicilio de adobes y calaminas, y saca una pieza lítica redonda, de aproximadamente 20 centímetros de diámetro y un orificio al centro.
El arqueólogo Estévez acompaña a Informe La Razón en la visita, quien, sorprendido, avala la autenticidad del objeto y acota que fue esculpido en arenisca, el material con que los tiwanakotas forjaron varias de sus obras. Ya en la ciudad de La Paz, Sagárnaga revisa la imagen y coincide con su colega. “Es una maza que, con un mango de madera colocado en el hueco, servía como arma contundente. Es relativamente fácil de fabricar, pero dudo que el poblador que lo oferta conozca esa morfología que, sin duda, es precolombina”.
Pero en el rubro también existen réplicas que son presentadas como auténticas. Estévez denuncia la presencia de campesinos que diseñan piezas de barro y las guardan bajo tierra durante un mes o un año, para que tomen aspecto añejo y/o para desenterrarlas durante las visitas de turistas o de interesados en la compra de reliquias de la época tiwanakota. Este medio verificó ello en Huacullani, a dos horas y media de distancia de Tiwanaku.
En el poblado, una mujer de pollera oferta un cántaro y asegura que es prehispánico. “Deme Bs 300 y se lo lleva, porque es bien antiguo, es de los incas, y lo utilizó mi madre, mi abuela, la mamá de mi abuela”, intenta convencer, en aymara. Tras permitir una sesión de fotografías, revela que tiene otros objetos parecidos, aunque para acceder a ellos primero se tiene que mostrar el dinero. En la urbe paceña, Sagárnaga examina detenidamente las imágenes y concluye que el fragmento no es original. “El cántaro de Huacullani tiene una morfología común y recurrente desde hace siglos. Puede tener 500 años como también una semana. Me parece contemporáneo o a lo sumo colonial”.
Y los descubrimientos no terminan ahí. A pocos metros de la Alcaldía de Tiwanaku, en una tienda de abarrotes común y corriente, una anciana ofrece una supuesta “máscara inca” que, según ella, rara vez la muestra. La pieza de cerámica está envuelta en una bolsa negra y escondida entre botellas de cerveza, de Coca-Cola y otros productos. “Tengo otras que están en mi cuarto, pero ésta vale $us 150”. Al revisar las fotos, Sagárnaga sentencia que “es una imitación, parece de la cultura moche”.
El principal centro arqueológico es visitado diariamente al menos por 200 personas, cifra que se triplica los fines de semana. Tiwanaku vive del turismo y hasta en la fiesta de la localidad, que se celebra cada 14 de septiembre, la Puerta del Sol adorna las matracas de los morenos. Ese día, Informe La Razón viajó al lugar para notificarle al alcalde Marcelino Copaña que uno de los personeros del museo comercializa reliquias.
Pero Copaña se molesta cuando se le pregunta sobre la presencia de un “mercado negro” de piezas históricas en su municipio. “No creo. Eso es mentira, eso es falso, eso no creemos. Siempre ha dicho la prensa esas cosas, pero eso no es bueno. Yo quisiera que la prensa diga la verdad. ¡A ver! ¿Quién es esa persona? (que vende) ¡No!… ¡Mentira! Eso no existe. Es prohibido, prohibido es…”.
Un poco más calmado, agrega: “No pueden vender nada. Nadie puede vender nada hermano, nadie…”. Pero otra es la realidad cuando uno pregunta a pobladores por objetos antiguos. Y mientras una vieja leyenda indica que al portar éstas, uno se enfermará irremediablemente, lugareños afirman ser inmunes a maldiciones.
“A mí no me pasa nada porque soy de Tiwanaku”, dice una mujer tras mostrar la supuesta reliquia hallada en su chacra.
El Cerro de los Cántaros es otro sitio donde se encuentran piezas
A proximadamente a 30 kilómetros de las ruinas del Fuerte de Samaipata, en la provincia Florida del departamento de Santa Cruz, se ubica el Cerro de los Cántaros, en cuyas faldas es común hallar piezas precolombinas.
Enclavado en una zona de gran vegetación y casi inaccesible, el sitio debe su nombre a que desde hace muchos años aún se consiguen fragmentos de las culturas inca, mojocollas, omereques, chané y guaraní. “Se pueden hallar ollas, platos, vasos y otro tipo de utensilios de cerámica, además de hachas, restos óseos y piezas líticas (rocas)”, explica Richard Alcázar a Informe La Razón, arqueólogo que reside allí desde hace diez años.
Este espacio es junto a Floripondio, El Filo, El Toro, el cerro La Patria o Las Rueditas, lugares de gran riqueza arqueológica prehispánica y, por esa razón, no es extraño escuchar que hay traficantes que se proveen de estos valiosos fragmentos mediante los huaqueros o excavadores que se dedican a la búsqueda de estos artefactos para, luego, comercializarlos.
No obstante, Alcázar señala que los lugareños han tomado conciencia y ya no fomentan este negocio ilegal. “Aquí no hay mucho tráfico. Los sitios están protegidos y si los pobladores encuentran piezas arqueológicas, primero pasan por el museo y las dejan, o nos informan para que nosotros vayamos por la zona” y, posteriormente, se realice la verificación a través de pruebas de laboratorio y la consiguiente catalogación. Sin embargo, otras fuentes aseguran que, tal como ocurre en la localidad de Tiwanaku y comunidades aledañas, hay campesinos que ofertan a turistas las reliquias descubiertas en el Cerro de los Cántaros.
Solamente el 40% del área arqueológica de Samaipata y sus alrededores ha sido explorada, de acuerdo con el estudioso. “Hasta el momento tenemos unas 357 piezas encontradas en toda la zona media alta, los valles y las cercanías de Mairana”. En los últimos años, ha crecido la afluencia de forasteros para el solsticio del 21 de junio, y con ello, también se ha incrementado el deseo de algunos visitantes por llevarse algún “recuerdito” de Samaipata, lo que ha vuelto a poner en vigencia a los comerciantes de restos arqueológicos, comentan fuentes entrevistadas por Informe La Razón.
En 1998, el sitio fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés). Es el segundo espacio arqueológico más importante del país, después de Tiwanaku, un centro ceremonial de la cultura de los incas cuyo nombre en quechua significa “descanso en las alturas”. Allí se halla una roca de arenisca esculpida de 250 metros de largo por 60 metros de ancho, que la convierten en el más grande petroglifo del orbe, con figuras zoomorfas de serpientes y pumas.
Los monolitos de Tiwanaku tienen espíritus
Mi hijo está enfermo, el médico dice que está sano y el yatiri dice que es katja, se quejaba una mujer; preocupación que me permite recordar el pasado y dar una opinión para el futuro.
Cuentan que cuando las ruinas arqueológicas de Tiwanaku aún no fueron restauradas, por ahí pasaba una senda; en aquel entonces el primer monolito en estado vertical fue bautizado con el nombre de Fraile. Cierta noche, un campesino se recogía del pueblo, ebrio con su botella de licor, tras haber jugado fútbol y festejar el triunfo. En el camino se chocó de frente con aquella estela vertical de piedra. Como en sueños, escuchó: Señor, señor levántate, anda a tu casa, por ahí es el camino y gracias por tu trago. A la mañana siguiente, despertó en su casa, y al no encontrar sus implementos deportivos inquirió a su esposa. Su respuesta fue categórica ante lo absurdo de sus preguntas. Decidió regresar tras sus pasos y encontró sus cosas perdidas al pie de aquel monolito y su botella rota. Desde entonces, en sus sueños, cada vez escuchaba: ¡Y gracias por tu trago! La persistencia de aquellas frases lo llevó en busca de los servicios de un yatiri.
En otra ocasión, don Lucas Choque, un yatiri, contaba que, cuando las ruinas estaban comenzando a recomponerse y aún no estaban cercadas, un muchacho se puso a jugar pateando a la Puerta del Sol, como si fuese un arco. Tras unos días de satisfacción, se revelaron los castigos. Se le encogió un pie, luego el otro, después los brazos, hasta que el jovenzuelo estaba hecho casi una bola. Los padres comenzaron con los correteos, interrogaciones y averiguaciones, ida y vuelta a la casa del amauta; hasta que al fin uno de los yatiris logró diagnosticar, gracias a la coca, la causa y pudo remediar el castigo.
La sabiduría andina enseña que ciertos elementos aparentemente inertes también tienen espíritu. Los monolitos no son esculturas hechas por un afán estético, tienen poderes. En ellos habitan espíritus ancestrales, por eso, los católicos exorcizaban y extirpaban idolatrías. Para el conocimiento tradicional son simples brujerías; y todavía la mayoría cree que los wak’as son supersticiones y supercherías. Aún los prejuicios y el colonialismo gobiernan a muchas personas.
http://www.la-razon.com/suplementos/informe/Reliquias-venta-Tiwanaku_0_1718228195.html
1 Comentarios:
Frente a la pasividad de nuestras autoridades, y a la ausencia de sensibilidad patrimonial y capacidad de identificación de los pobladores cercanos a yacimientos arqueológicos, la labor de los arqueólogos bolivianos se presenta doblemente difícil. Mientras peleamos por que se cree la normativa necesaria para evitar el tráfico de objetos arqueológicos, también debemos pelear por hacer de ellos parte del imaginario nacional para su apropiación por la población como parte de su historia. La sensiblización es necesaria a todos los niveles, desde los altos mandos gubernamentales hasta el ciudadano de a pie.
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