19 de abril de 2021

LA INSTITUCIONALIDAD DE LA ARQUEOLOGÍA BOLIVIANA ECHADA AL CANASTO DE BASURA

 

La historia señala que la emancipación de Latinoamérica del yugo español dio lugar a la creación de Repúblicas soberanas. No obstante, el repliegue hispano también dio paso a las incursiones de otras potencias europeas y el avance de la una recientemente creada en América del Norte.

Bolivia, y los países sudamericanos, se mostraban prolíficos, ya no tanto en la producción del oro y la plata, que despertó tantas ambiciones en la etapa precedente. Había otro tipo de riquezas a explorar y explotar, pero esta vez, haciendo un uso astuto y estratégico de la diplomacia. Así llegaron al Nuevo Continente intelectuales y misiones alemanas, francesas, estadounidenses, etc. interesadas en la flora, la fauna y muchos más recursos naturales. Pero a diferencia de los españoles, también pusieron atención en la riqueza etnográfica y arqueológica de los pueblos originarios. De esa manera se dedicaron al acopio de todo tipo de bien cultural y arqueológico que cabía en sus valijas, contándose ingentes cantidades de bienes arqueológicos que salieron con destino a las colecciones de científicos y acaudalados coleccionistas pero,sobre todo, a los grandes museos de las potencias mundiales.

Poco interesaba el valor patrimonial de los objetos y tampoco se hacía gran esfuerzo por interpretarlos. La constitución de sendas colecciones era lo que más importaba. El saqueo permaneció todo el siglo XIX y gran parte del XX. Afortunadamente aparecieron en el contexto nacional figuras de la talla de Carlos Ponce Sanginés, Maks Portugal Zamora y Gregorio Cordero Miranda que decidieron poner alto a la agraviante situación por la que atravesaban nuestros monumentos y objetos de data prehispánica.

En 1953 Ponce propicio la “Primera Mesa Redonda de Arqueología Boliviana”, en la que participaron Imbelloni, Diez de Medina, Ibarra, Branisa, Cordero, Gisbert, de Mesa, Perrin, Maks Portugal, Pucher, Sempere y otros intelectuales de la época, interesados en la historia anterior a 1532 en nuestro país. Los anales de esa inicial reunión fueron plasmados en un grueso volumen publicado en 1957.

También al influjo de Ponce, el 20 de octubre de 1958 se creó el Centro de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku (CIAT), que marcó un hito en la historia de la arqueología boliviana, pues por vez primera el gobierno tomaba cartas en la gestión y protección del principal yacimiento arqueológico del país. Pero Tiwanaku no era la única localidad arqueológica en Bolivia, y algún tiempo después (1975)aconteció la creación del Instituto Nacional de Arqueología (INAR) con influjo en la integridad del territorio patrio. El propio Ponce rememoraba: “La arqueología boliviana había experimentado un crecimiento constante, con múltiples proyectos. Pero para conferirle un genuino alcance nacional fue preciso crear el Instituto nacional de arqueología, por artículo 3° deldecreto supremo número 12303, rubricado en 14 de marzo de 1975. Se consolidó así la institucionalización… “. Bajo esta idea no tardaron en instituirse centros de Investigación en otros sitios de gran importancia para la arqueología nacional como Iskanwaya, Samaipata, Beni, etc.

Personal del INAR visitando un sitio arqueológico (Foto, cortesia de Jedú Sagárnaga)
Al mismo tiempo se establecieron los objetivos del Instituto que promovían el registro, estudio y conservación de un conjunto enorme de sitios arqueológicos descubiertos en los anteriores 30 años y la investigación de nuevas áreas en la arqueología boliviana, como el caso de la región amazónica. Varias leyes tendientes a la protección de nuestro acervo precolombino emanaron del Ejecutivo, y la indagación del pasado por investigadores bolivianos empezó a ser efectiva.

Aunque nunca se contó con los recursos del todo necesarios y Bolivia aún no contaba con una escuela académica profesional en arqueología, esa fue -sin duda- una época cumbre para la arqueología boliviana. Con orgullo Ponce decía que en el mundo solo existían dos Institutos de Arqueología: el de Francia y el de Bolivia, lo cual –a su entender– significaba la importancia que tenían los vestigios de la antigüedad para esos dos países.

Por desgracia, sobrevendría un nuevo ordenamiento del Estado, del cual no pudo escapar el INAR, pues la nueva ley de descentralización administrativa disolvía los Institutos nacionales y promovía la creación de similares figuras a nivel departamental. Bajo esas circunstancias el INAR debió ser asimilado como una instancia de fiscalización del estado bajo la figura de Dirección Nacional de Arqueología (1997) o Dirección Nacional de Arqueología y Antropología (1997 – 1999) para más tarde (en el año 2000) descender más aún en la jerarquía administrativa, quedando como Unidad Nacional de Arqueología (UNAR). Finalmente, bajo el gobierno del Movimiento al Socialismo (2010) la UNAR fue extinguida y se creó la Unidad de Arqueología y Museos (UDAM), aduciendo que era para poner freno a los malos manejos de sus autoridades y técnicos, los cuales habían sido reiterativamente denunciados, por parte de las autoridades de Tiwanaku y la SALP, aunque en el fondo la razón principal era la de eliminar los ítems de arqueología para otorgarlos a sus militantes. Siete autoridades pasaron por la jefatura de la UNAR – UDAM en los últimos 14 años, ninguno logró el crecimiento o la verdadera institucionalización de esa repartición; ninguno de ellos ocupó el puesto con verdaderos y reales méritos para hacerlo, siendo el medio para acceder al apoyo sindical, el tráfico de influencias y la subordinación denigrante a las autoridades políticas de turno. No se puede entender otra cosa más que el desprecio por la propia institución y el patrimonio arqueológico nacional las que llevaron a que incluso un ex -policía y pastor evangélico ocupara el principal y más importante puesto público para la protección del legado patrimonial de todos los bolivianos.

Equipo del INAR bajo la dirección de Carlos Urquizo Sosa (Cortesía Jedú Sagarnaga)
Fue justamente el gobierno transitorio de Jeanine Añez el que comenzó a desbaratar la institucionalidad de la arqueología boliviana, ordenando el cierre de sus oficinas y las del Museo Nacional de Arqueología tras ser desintegrado el Ministerio de Turismo y Culturas del que formaba parte. La preocupación del gremio se hizo patente en manifestaciones, artículos, entrevistas y cartas dirigidas a las autoridades de turno que hicieron caso omiso de los reclamos. Sin embargo, la estocada final la daría el actual gobierno de Arce Catacora, al eliminar por completo la institución que tanto había costado a las generaciones precedentes de investigadores bolivianos, aduciendo que la misma ocasiona un gasto insulso al ya empobrecido Estado, motivo por el cual solo se viabilizarían los trámites tendientes a la ejecución de proyectos de contrato a través de la famosa “ventanilla única” que para el efecto tendría la recientemente creada cartera de rimbombante nombre: “Ministerio de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización”. Nos preguntamos si ¿descolonizar significa dejar de lado nuestra herencia precolombina?, ¿No es imprescindible para un pueblo, cuyo componente poblacional es mayoritariamente de origen indígena, procurar estudiar y conservar las raíces más profundas que tiene?

En el momento actual, se hace imprescindible el pronunciamiento de todos los actores y sectores de la población, ante esta triste situación que tira por la borda lo que hicieron quienes con dificultad abrieron senda para revertir la situación neocolonialista que había sufrido nuestro país después de su nacimiento como país independiente.

Estructura actual del Ministerio de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización con un frondoso y  segmento ejecutivo y un paupérrimo equipo técnico (Tomado de la pagina web del MDCDyD)


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