10 de febrero de 2013

Avatares del patrimonio cultural: Museo de Orinoca, todo un despropósito

Articulo tomado de Página Siete de 8/02/2013

MIENTRAS sitios arqueológicos agonizan por falta de gestión, se destinan altos recursos a proyectos poco funcionales.


    Tras una larga y penosa gestión de casi diez años logramos, finalmente en 2006, la declaratoria de Monumento Nacional del complejo arqueológico Cóndor Amaya.

    Sorprendentemente cuatro meses antes (el 21 de julio), y de la noche a la mañana, se declaraba Patrimonio Histórico Nacional a la localidad de Orinoca y Monumento Histórico a la casa donde había nacido el presidente Evo Morales' una especie de santuario digno de peregrinaje.

    A Orinoca se le dotó más tarde de un estadio, un coliseo cerrado y, para acceder a la “nueva Meca”, de una carretera' un gran despilfarro siendo que su población es de apenas 1.600 almas.

    En el ínterin a alguien se le iluminó la mente y vio una todavía mejor manera de rendir homenaje al encaramado líder cocalero, proyectándose un monumento que le inmortalizará: un museo. (En un reciente artículo, Raúl Prada ha definido el llunkerío, concepto que acá calza a la perfección).

    Se dice que los fondos museísticos consisten básicamente en el medio millar de ponchos que el Jefe de Estado ha recibido como obsequio en estos últimos años y cuyo valor se calcula en 100 mil dólares; alguna música autóctona recuperada por el propio Morales, una “réplica” de la espada de Bolívar y otras chucherías (tal vez el catre y el colchón que usó en su infancia).

    Para ello se ha proyectado una megaestructura cuyas instalaciones abarcarán 12.000 metros cuadrados, y que gozarán de una inversión de 47 millones de bolivianos que se aprobaron sin mucha dificultad, y que emanarán de las arcas del Estado que, por lo visto, se halla en verdadero auge.



    Triste contrasteLo lamentable es que, pese a esa aparente bonanza, todos, absolutamente todos los sitios arqueológicos del país se hallan en un estado de abandono impresionante, degradándose hasta perderse en un tiempo más.

    Y tampoco los museos regionales y de sitio que se han instalado de manera proactiva (meditada y planificada) o, simplemente, reactiva a lo largo y ancho del territorio se mantienen adecuadamente por falta de presupuesto.

    La investigación arqueológica en el país es prácticamente nula, y la poca que se viene desarrollando casi siempre va de la mano de instituciones foráneas, normalmente universidades europeas o norteamericanas.

    Una vergüenza, pues el Estado ni antes ni ahora ha diseñado un programa de investigación y recuperación de sitios prehispánicos y coloniales (principalmente), con el fin de recuperar nuestra historia y cultura.

    Más aún, casi todos los museos más importantes del país carecen de presupuesto adecuado. El Museo Nacional de Arqueología, por citar un ejemplo, sigue constreñido a un espacio insuficiente y ni siquiera tiene bodegas apropiadas para almacenar sus cuantiosas colecciones.

    Ni siquiera el Museo Regional de Tiwanaku, que recibe un importante flujo turístico, está atendido y es muy penoso ir a visitarlo, más aún si uno está acompañado por algún extranjero.

    Tras el fabuloso hallazgo de objetos cerámicos que protagonizamos en 2004, se instaló en Pariti un pequeño museo diseñado, casualmente, por el arquitecto Freddy Blanco que ahora diseñó el de Orinoca.

    Un pequeño espacio que exhibe unas 200 portentosas piezas de la más fina cerámica tiwanacota con una antigüedad de mil años, una expresión maravillosa de esa cultura ancestral. El repositorio costó menos de 30.000 dólares.

    En los últimos años hemos estado “peregrinando”, estirando la mano para ver si alguna institución foránea financia la construcción de un museo en Cóndor Amaya, que no costaría más de 40.000 dólares, es decir, 1.175 veces menos de lo que ha de costar el “monumento a la arrogancia” proyectado en Orinoca.

    La lista de repositorios y sitios arqueológicos que se están degradando lenta pero irreversiblemente es larga. Sólo a guisa de ejemplo me gustaría comentar sobre el ya mencionado sitio de Cóndor Amaya, ubicado en la provincia Aroma de La Paz.

    Esta necrópolis aymara (1200-1450 d.C.) posee más de 20 estupendas torres funerarias hechas de adobe, cuyas características son singulares toda vez que muestran la presencia inca en la región.

    En varios documentos publicados me atreví a señalar que este yacimiento podría convertirse en el segundo atractivo turístico arqueológico del departamento, después de Tiwanaku.

    Muchos piensan que tal aseveración es sólo fruto de mi febril magín, pero lo cierto es que la cantidad y calidad de información que los restos materiales que allí se tienen pueden proporcionarnos es muy grande, como grande es el aspecto estético de sus monumentos, a lo que se suma un paisaje que sobrecoge al visitante y la cercanía a la carretera Patacamaya - Tambo Quemado.

    Lastimosamente mi hipótesis no ha podido ser totalmente probada debido a que sólo pudimos conseguir recursos para dos fases de excavación, y estamos a la espera de que alguna institución extranjera se apiade de las majestuosas ruinas y podamos restaurarlas, conservarlas, protegerlas, además de poder instalar allí un pequeño museo, capacitar a la gente local y promocionar el lugar, para que el turismo se convierta en una especie de tabla de salvación para tres comunidades aymaras que se debaten en la pobreza.

    Entre tanto, las torres siguen cayéndose una a una. En realidad, cada vez que una torre funeraria se desmorona, o cada que una capilla colonial se derrumba es igual que, para los ecologistas del mundo, cuando una ballena azul es cazada por un barco ballenero. Igual de triste, igual de irreparable.

    Y es que en el país nunca hemos tenido dinero para atender a los miles de sitios de interés histórico que poseemos. Ponce Sanginés calculó que Bolivia poseía 30.000 sitios arqueológicos.

    Sea real o no tal guarismo, lo cierto es que estos sitios significan nuestra herencia, son el legado de nuestros antepasados y tenemos la obligación de velar por ellos. Con acierto alguien dijo que “nos legaron nuestros abuelos, pero pertenece a nuestros nietos”, o sea que nosotros sólo somos la transición.

    Si el museo de Orinoca fuese el corolario de una apropiada gestión cultural que incluya la atención al menos de nuestros principales sitios patrimoniales, esta queja no sería necesaria.

 Jedú Sagárnaga M.
Arqueólogo
 http://www.paginasiete.bo/Suplementos/Ideas/2013-02-10/Destacados/11ideas-001-0210.aspx

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